En la cosmología maniquea, el hijo de la luz a menudo se representa como una figura luminosa que emanó del Padre de la Grandeza y engendró el reino de la luz y el espíritu. El hijo de la luz se involucró en un conflicto cósmico con las fuerzas de la oscuridad y el mal, personificadas por el Príncipe de las Tinieblas o el Principio del Mal, y buscó liberar las divinas chispas de luz que estaban atrapadas dentro del mundo material.
El hijo de la luz era considerado un redentor y salvador en el maniqueísmo, y los seguidores de la religión acudían a él en busca de salvación y liberación del ciclo de la existencia material. Se creía que el hijo de la luz se había revelado a Mani, quien se convirtió en su último y definitivo mensajero para la humanidad, proclamando la naturaleza dualista del cosmos y enseñando el camino de la iluminación espiritual.
El concepto del hijo de la luz está estrechamente ligado a la idea gnóstica de la chispa divina dentro de cada alma humana y la posibilidad de transformación espiritual a través de la realización de la verdadera naturaleza divina. Representaba la promesa de liberación y regreso al reino de la luz y la divinidad, que era el objetivo final del viaje espiritual maniqueo.
En resumen, el hijo de la luz en el maniqueísmo simboliza el aspecto luminoso y redentor de lo divino, fuente de luz espiritual y salvación, que emprende una lucha cósmica contra las fuerzas de la oscuridad y busca liberar las chispas divinas dentro de la humanidad.