En la Iglesia Católica Romana, por ejemplo, los santos son venerados como individuos que han exhibido una santidad extraordinaria y han sido reconocidos por la Iglesia como si estuvieran en el cielo. Si bien la Iglesia enseña que los santos pueden interceder ante Dios en favor de los fieles, en última instancia es Dios quien realiza los milagros, no los santos mismos. El proceso de reconocimiento de una persona como santo implica una investigación rigurosa de su vida, virtudes y supuestos milagros, que deben ser cuidadosamente documentados y verificados antes de que el individuo pueda ser canonizado oficialmente.
En algunas tradiciones protestantes, como el cristianismo evangélico, hay menos énfasis en la veneración de los santos y un mayor énfasis en la relación directa entre Dios y el creyente individual. Como tal, algunos cristianos protestantes pueden considerar el concepto de milagros realizados por santos como innecesario o antibíblico, creyendo que los milagros son prerrogativa exclusiva de Dios.
En la tradición ortodoxa oriental, los santos desempeñan un papel importante en la vida espiritual de los fieles. Se cree que tienen una relación estrecha con Dios y se les considera intercesores y ayudantes en el camino hacia la salvación. Si bien la Iglesia Ortodoxa Oriental reconoce la ocurrencia de milagros, en última instancia, es la gracia y el poder de Dios lo que se considera responsable de estos eventos, y no los santos mismos.
En resumen, si bien algunos cristianos pueden creer que los santos pueden realizar milagros, la naturaleza exacta y el alcance de esta capacidad varían entre las diferentes tradiciones y denominaciones cristianas. En última instancia, la creencia en los milagros se basa en la fe y la comprensión de la intervención de Dios en los asuntos humanos.